miércoles, 18 de noviembre de 2009

Cuaderno de viaje

Soñé que Atenas nos recibía cansados y de madrugada. Que la luz del día trajo una nueva visión, el ruido de la ciudad despierta y el aroma de puestos callejeros. Soñé que atravesábamos el paso de las Termópilas, que Trikala nos daba la bienvenida a Grecia, que zarandeábamos el alfabeto griego y que Meteora nos arrastraba al lugar dónde las montañas desafían las leyes de tiempo y espacio. Soñé que la noche con olor a chimenea nos deparaba uno de los mejores momentos paseando por Kastraki. Que corríamos bajo las estrellas por las carreteras de Meteora.

Soñé que el cielo azul y el paso de unos gatos nos guiaban a través del silencio y el impresionante paisaje entre monasterios hasta perdernos entre iconos bizantinos y un bello horizonte. Soñé que la magia de Delfos nos acurrucaba entre olivos, que el oráculo nos daba su veredicto, que perseguíamos las huellas de Lord Byron y en las costas del Egeo, junto al templo de cabo Sunion, nos quedábamos con el atardecer más bello. Que a orillas del mar corríamos por última vez, o quizás por primera. Que izábamos las velas de nuestro barco en El Pireo, que descubríamos Atenas y jugábamos con mármol hasta dar forma de Partenón a nuestras ilusiones. Soñé que los dorsales llevaban nuestro nombre, que descansábamos con esa mezcla de expectación, nervios e ilusión. Soñé que bailamos bajo la lluvia.

Soñé que todo salió tras el mejor de los guiones, que nos abrazábamos con nuestras chicas, que el estadio olímpico estaba allí de testigo. Soñé con el sabor de unas cervezas con aroma a victoria, con paseos por Plaka y las estrechas calles de Atenas. Soñé con el descanso del guerrero, con la felicidad de estar juntos.

Soñé con un desayuno frente a la Acrópolis, con el corte imposible del estrecho de Corinto, con carreteras dibujadas entre olivos y el sabor de la comida griega y un café con la mejor de las compañías. Soñé, quizás muchos siglos atrás, que visitábamos Micenas y pasábamos por debajo de la puerta de los leones y que el asfalto nos llevaba a Epidauro, al santuario de Asklepion, y que tras montañas, cruzando el Peloponeso, descubríamos Olimpia.

Soñé que celebrábamos el treinta cumpleaños de Cris, que corríamos por el estadio de la antigua Olimpia y que la lluvia purificadora nos volvía a envolver en uno de los lugares más mágicos del mundo. Soñé que nuestro billete de vuelta nos volvía a llevar al otro lado de las montañas, y que junto al mar paseábamos en Naupflio, allí donde el pueblecito nos esperaba para celebrar y seguir riendo.

Soñé con que volvíamos a la ciudad eterna en busca del avión que nos traería de vuelta a casa, con que la semana nos había deparado uno de los mejores viajes. Soñé con el sonido de los dados de un parchís, con libros de historia y postales que se convertían en realidad, con el eco de unas risas y el recuerdo de un coche decorado con banderines. Soñé que después de tantas emociones no quería despertarme.


























4 comentarios:

Javi dijo...

Resumen mas que perfecto del viaje, y con la nostalgia y la magia que solo tu le sabes poner.

El mio es parecido pero pelin bastante mas extenso jejeje.

Estoy en ello, paciencia...

Manuel Tintoré Maluquer dijo...

Sois un par de maestros, verdaderos artifices de la palabra´escrita; espero tu crónica, Javi;saludos y hasta siempre.

Javi dijo...

No lo soñaste, fue real. Lo vivimos como protagonistas. Una autentica suerte serlo.

Nuestro sueño se hizo realidad.

Miguel dijo...

Claro que fue real!!! Aunque reconozco que a menudo debo de pellizcarme para asegurarme de que no lo he soñado... Y la mayor de las suertes, el haberlo vivido juntos. Eso es lo que le da sentido.

Pero venga hombre!!!!!! que estoy deseando leerte!!!! eso no se hace!!!! me tienes en ascuas!!!! y voy a cabrearme!!!!!!!

espero leerte pronto Javi!!!

un abrazo a todos!