martes, 17 de noviembre de 2009

Bailando bajo la lluvia






Te vi bailar bajo la lluvia, saltar sobre un charco de estrellas, esperar la luna llena. Te vi atrapar el instante, moldearlo como parte de tu vida y sentir el preciso momento en el que realidad y sueño se confunden en ese recuerdo que estará siempre formando parte del presente, de lo que un día fue futuro y ahora ya es pasado.

La mañana tenía olor a lluvia, a café apresurado y al calor que desprenden los pasajeros de un autobús repleto. Atenas bien podría ser hoy la ciudad eterna. Bajo las nubes, el día espera para amanecer y encontrarnos en las llanuras de Maratón. Pequeños rituales. Yogurt con muesli, vaselina, colocarse la ropa y jugar a aprendices de actores o de turistas extraviados. Bajo el agua, la llama permanece encendida, y la mañana no trae rastro de persas y griegos, aunque sabemos que pisamos su mismo suelo.

Los minutos pasan apresurados y enseguida la muchedumbre toma forma de salida para la carrera. No nos queda otra que bailar bajo la lluvia, que lanzarnos a correr en busca de nuestro destino, de aquel que nos hemos forjado durante todos estos meses.

Cierro los ojos. Puedo notar la lluvia resbalando sobre la piel, la brisa fría que nos envuelve, el olor y silencio de batalla en forma de carrera. Puedo sentir los ojos cristalinos, el sonido de las zapatillas pisando los charcos, y consigo visualizar en segundos toda la carrera, saber que todo irá bien.

Te vi desafiar el invierno colegial entre pinares corriendo campo a través, pisar aquel tartán de juegos escolares, recorrer el asfalto juvenil de las primeras carreras populares y aquellas medias maratones cuando deseabas elegir de mayor correrlas enteras. Te vi dejar las carreras, hacer del correr una forma de encontrarte, de perderte o quizás de desahogarte. Una forma de vida. Te vi volver. Correr en fin de año y volver a hacer una media. Te vi pasar miedos, dolores en la rodilla y apenas un par de kilómetros, mientras pensabas que quizás, cuarenta y dos kilómetros fueran demasiados.

Abro los ojos. Puedo sentir todos los caminos que nos han traído hasta aquí y saber que lo conseguiremos. Que hemos deseado más que nunca este momento y que nacimos justo para lograrlo.

Dejamos atrás el monumento a los soldados atenienses, chapoteamos sobre los charcos, nos parece ver un hombre mayor corriendo vestido de espartano con un escudo pegado al cuerpo y la lanza desafiando al viento, delante otro que incluye sandalias a su traje. Quizás fuera el mismísimo Filípides. La carretera serpentea buscando Atenas y flanqueando el monte Penteli. Sólo se nos oye a nosotros. Bravo. Efgaristó. Aplaudimos, gritamos, reímos. Corremos juntos como si fuéramos uno solo. Acompasamos cada respiración, cada zancada, cada botella de agua compartida. Los kilómetros continúan avanzando. Cesa la lluvia y comenzamos a subir el ritmo. Pasamos la media, dejamos atrás el 30, no vemos señales del muro.

En ocasiones debo volver a cerrar los ojos. Intentar ser consciente del momento, controlar las emociones que hacen alargar cada zancada. Divisamos la acrópolis por primera vez. Nos sentimos ganadores. Casi corremos abrazados. Los últimos kilómetros, la gran sorpresa de la bandera, unos últimos mil metros increíbles.

Y de repente el impresionante estadio olímpico. El tiempo se detiene. Nosotros ya no lo controlamos. Rápidos segundos que parecen una eternidad. Corremos los más alborotados doscientos metros de la historia. Que digo, mejor dicho botamos, nos abrazamos, lloramos con las chicas, las dedicamos la carrera, cruzamos la meta y nos fundimos en un enorme abrazo.

Aún hoy siento las enormes ganas de bailar. I got a feeling. Ya somos maratonianos. Mientras, todo va quedando como el recuerdo de un día de fiesta, como una fotografía que no nos cansamos de mirar mientras se nos escapa una enorme sonrisa.

En la cajita de latón de mi mesilla ya descansa una medalla que cuando maduremos y nos hagamos mayores me recordará que un día bailamos bajo la lluvia mientras estábamos mucho más vivos de lo que nunca habíamos soñado. Y que además lo hicimos juntos.

4 comentarios:

Manuel Tintoré Maluquer dijo...

Hacía días que por falta de tiempo no me pasaba por tu blog; he leído con alegría que acabasteis la maraton en tres horas y treinta y nueve minutos y con muy buenas sensaciones; eso está muy bien y os mando mi más sincera enhorabuena; habeís tenido el justo y merecido premio a tantos días de duro y sacrificado trabajo; felicitaciones de nuevo y te sigo leyendo; un abrazo.

Pepemillas dijo...

Estoy con Manuel. Es un premio muy merecido a tantos esfuerzos y tanta ilusión desplegada a lo largo de un año.

¡¡Enhorabuena de nuevo!!
Y que tengáis la oportunidad de volver a vivirlo.

Un abrazo renovado para los cuatro.

Miguel dijo...

Muchas gracias chicos!! la verdad es que cuando se tiene tanta ilusión por algo el concepto de esfuerzo es algo muy relativo. Me parece que ya sabéis de lo que hablo... Muchas gracias de nuevo por todos vuestros ánimos, y por acompañarnos en este viaje. un abrazo!

Javi dijo...

Muchas gracias amigos por las felicitaciones. La verad es que todo nos salio muy bien y estamos super contentos que la recompensa fuera tan buena. Sinceramente gracias. Por vosotros y por vuestros comentarios hacia que miraramos el blog mas entusiasmados aun si cabe.

Por mi parte pediros un poquito mas de paciencia, estoy preparando toda mi cronica de viaje y en breve la tendreis apta para leerla. Es bastante extensa y con varias fotografias para que os ilustreis tambien. Asi que prepararos para la chapa jejeje.

Mientras disfrutamos de las entradas de Miguel que es un verdadero genio y un verdadero maestro. Me emociona leerle y el saber que he compartido con el esas mismas sensaciones. No me canso de repetirlo, eres muy grande. Unico.

Gracias a todos.