Pajares de Adaja, Ávila.
Leica M, Ilford FP-4 plus
Once. El verano apura su tiempo. Caluroso. Muy caluroso verano el de este año. Al principio de la programación teníamos algo de miedo a tener que concentrar las salidas con estas temperaturas, pero al final todo ha ido muy bien. Agosto apura sus últimas horas. Nuestras vacaciones esperan a la vuelta de la esquina después de hacer de guardianes de la ciudad desierta durante todo el verano. Pajares comienza a respirar ambiente de fiestas. Madrid comienza a recuperar su pulso. Septiembre y la vuelta al cole asoman en el calendario. Nosotros pensamos ya en maletas y huidas. En fiestas y verbenas. En perdernos. O en encontrarnos junto al mar. El camino hacia Atenas continúa. Semana once cumplida. Del 24 al 30 de Agosto.
Desde hace tiempo tenía esta semana marcada con una cruz. Después de fines de semana liados, Londres incluido, y la carrera de Segovia, esta semana se presentaba como el objetivo perfecto para continuar la preparación a "raja-tabla" y completar kilómetros semanales por encima de los sesenta.
Tan marcada estaba la semana que las dos mejores salidas hasta el momento se han juntado en estos días. El miércoles, en la Casa de Campo, más que correr era volar durante 75 minutos. Buen ritmo, buenas piernas. Mejor forma para acabar entero. El otro día: ayer. 95 minutos por caminos en Pajares. Desde Pajares, a Blascosancho, a Adanero para terminar volviendo al pueblo y de propina subir y bajar a la Cruz del Cerro. Que manera de subir y bajar. Que manera de disfrutar esprintando la subida de vuelta a la Ermita. Hoy las piernas duelen. Duele todo el cuerpo. Pero vaya si mereció la pena.
Pajares de Adaja es un pequeño pueblo castellano situado en plena Meseta, en la provincia de la Avila nuestra, limitando con Segovia. Moraña se llama aquí a esta zona. Tierra de pinares, girasoles y campos de cereal. Un pueblo sin nada, pero con casi todo. El sitio que todos desde pequeños nos hemos empeñado en no abandonar. Sobre todo en verano. Cuando las vacaciones y la vida adquieren otros ritmos y rutinas. Este fin de semana comienzan las fiestas. Como aperitivo ya comenzó el ambiente. Mientras jugábamos al frontón (no se cuando se irán estas agujetas…) los pequeños pintaban con acuarelas. El pueblo no tiene casi nada. Los niños saben ver todo. El río, los girasoles, los pinares, los caminos presididos por la Cruz del Cerro, la plaza de tantas horas de juegos. El caño, la iglesia que a la vez hace de frontón. El campo de fútbol, la ermita, las ovejas. Sus bicicletas. El verano. El pueblo, que al igual que a nosotros, ya siempre les acompañará.
Entre medias un par de partidos de frontón el sábado. El campeonato de todos los años. Pero los pequeños ya no son tan pequeños, nosotros un poquito más mayores, y de momento no vamos a hacernos con ellos.
Por lo demás, 60 minutos de carrera alrededor del río el viernes, y antes, en Madrid, otra horita el lunes por el Retiro. Pequeñas y grandes novedades. Las series nunca han ido conmigo. Las dejo en el cajón de los olvidos. Vuelvo a quedarme con lo mío, con mis cambios de ritmos y mis cuestas.
La semana termina redonda. Atenas un poquito más cerca. Ya pasó la semana once. Aún quedan diez.
Desde hace tiempo tenía esta semana marcada con una cruz. Después de fines de semana liados, Londres incluido, y la carrera de Segovia, esta semana se presentaba como el objetivo perfecto para continuar la preparación a "raja-tabla" y completar kilómetros semanales por encima de los sesenta.
Tan marcada estaba la semana que las dos mejores salidas hasta el momento se han juntado en estos días. El miércoles, en la Casa de Campo, más que correr era volar durante 75 minutos. Buen ritmo, buenas piernas. Mejor forma para acabar entero. El otro día: ayer. 95 minutos por caminos en Pajares. Desde Pajares, a Blascosancho, a Adanero para terminar volviendo al pueblo y de propina subir y bajar a la Cruz del Cerro. Que manera de subir y bajar. Que manera de disfrutar esprintando la subida de vuelta a la Ermita. Hoy las piernas duelen. Duele todo el cuerpo. Pero vaya si mereció la pena.
Pajares de Adaja es un pequeño pueblo castellano situado en plena Meseta, en la provincia de la Avila nuestra, limitando con Segovia. Moraña se llama aquí a esta zona. Tierra de pinares, girasoles y campos de cereal. Un pueblo sin nada, pero con casi todo. El sitio que todos desde pequeños nos hemos empeñado en no abandonar. Sobre todo en verano. Cuando las vacaciones y la vida adquieren otros ritmos y rutinas. Este fin de semana comienzan las fiestas. Como aperitivo ya comenzó el ambiente. Mientras jugábamos al frontón (no se cuando se irán estas agujetas…) los pequeños pintaban con acuarelas. El pueblo no tiene casi nada. Los niños saben ver todo. El río, los girasoles, los pinares, los caminos presididos por la Cruz del Cerro, la plaza de tantas horas de juegos. El caño, la iglesia que a la vez hace de frontón. El campo de fútbol, la ermita, las ovejas. Sus bicicletas. El verano. El pueblo, que al igual que a nosotros, ya siempre les acompañará.
Entre medias un par de partidos de frontón el sábado. El campeonato de todos los años. Pero los pequeños ya no son tan pequeños, nosotros un poquito más mayores, y de momento no vamos a hacernos con ellos.
Por lo demás, 60 minutos de carrera alrededor del río el viernes, y antes, en Madrid, otra horita el lunes por el Retiro. Pequeñas y grandes novedades. Las series nunca han ido conmigo. Las dejo en el cajón de los olvidos. Vuelvo a quedarme con lo mío, con mis cambios de ritmos y mis cuestas.
La semana termina redonda. Atenas un poquito más cerca. Ya pasó la semana once. Aún quedan diez.
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