martes, 13 de enero de 2009

INSTANTES (Aproximaciones a la belleza y el arte griego. Fidias)

.

Relieves de Fidias en el Partenón


Puede alcanzarnos en cualquier momento. En cualquier instante. Sin darnos cuenta puede golpearnos y emocionarnos. En unas líneas de un libro, en un poema, a través de una hermosa canción o contemplando un espectáculo o una obra de arte. Puede saltar de un cuadro, de una melodía o de un paisaje que contemplamos y hacernos sentir tanto que los pelos se nos ponen de punta. La podemos encontrar ante una montaña, un atardecer o una luna colgada en el horizonte sobre el mar. En el cuerpo de la persona amada, en el rostro de un niño o detrás de una sonrisa. En un cerezo en flor, en el campo en primavera o en un bosque de otoño o nevado en el frío invierno. La belleza puede alcanzarnos en cualquier instante.

Hay instantes que bien pueden valer una vida. O bellezas cuya captura, a través de un pincel, de una fotografía, de unas líneas o una partitura, bien pueden merecer el trabajo de toda una vida.

La civilización griega es considerada una de las épocas más brillantes de la historia de la humanidad por sus aportaciones a la filosofía, al arte y el saber general. Así, el estilo artístico de la cultura griega se caracteriza por la búsqueda de la belleza ideal, plasmándose los conceptos de orden arquitectónico y canon de belleza, definido como la armonía de las partes en el todo, en la arquitectura y escultura.

Fidias, escultor griego del siglo V, es considerado el artista más importante del mundo clásico. Nacido poco después de la batalla de Maratón, en el año 490 a.C. desarrolló casi todo su trabajo en y para Atenas, y vivió en la época de Pericles, el gran estadista y orador ateniense que se empeñó en hacer de la Acrópolis de Atenas un signo majestuoso de la grandeza de la ciudad y que fue el gran protector del escultor.

Fidias destacó tanto en la escultura exenta como en los relieves. Entre sus obras figuran las estatuas de la diosa Atenea en la Acrópolis de Atenas (Atenea Partenos dentro del Partenón y Atenea Promacos) y la colosal estatua sentada de Zeus en Olimpia, que los antiguos incluyeron entre las Siete Maravillas del Mundo.

Pero lo que ha mantenido inalterada la fama de Fidias a través los siglos son las esculturas del Partenón. Una vez finalizada la construcción del templo, Fidias y su taller se ocuparon de la decoración escultórica que incluía un friso en bajorrelieve de unos ciento sesenta metros de longitud, dos frontones decorados con figuras exentas y noventa y dos metopas en altorrelieve.

Las piezas que se conservan se encuentran en su mayoría en el British Museum. Gozan de particular celebridad el grupo de las Tres Parcas y los fragmentos de la Procesión de las Panateneas, sobre todo el grupo de los dioses del Olimpo, donde es de admirar el magistral tratamiento de las telas, que se adhieren al cuerpo y dibujan sus contornos, una faceta creativa que ha contribuido decisivamente a la fama del arte fidíaco; también los caballos, poderosos y dinámicos, y sus fieros jinetes denotan la maestría del escultor.

Estos días, hasta el 12 de abril, bajo el nombre “Entre Dioses y Hombres” se exponen en el Museo del Prado 70 obras de escultura clásica pertenecientes al Museo el Prado y al Museo de Dresde, bien originales griegas o réplicas romanas de grandes obras griegas.

En Grecia, la belleza, como el resto de virtudes, era considerada un atributo de los dioses que sólo rara vez era concedida a un hombre mortal. Así, los griegos se sentían desdichados por la brevedad y tristeza de su vida en comparación con la suerte tan distinta de estos seres inmortales. Junto a los dioses, los ganadores de los Juegos Panhelénicos de Olimpia, Delfos y Corinto eran considerados seres casi divinos y venerados con estatuas de igual belleza que la de los dioses.

Fidias, al igual que otros escultores del clasicismo griego como Mirón, Polícleto o Praxíteles, dedicó su vida a atrapar la belleza en sus esculturas. Esa belleza que hoy podemos contemplar ante sus obras.



P.D. Ayer, primer día sin cinta en la rodilla y entre la nieve que aún queda en el canal de Isabel II, seis kilómetros, 27 minutos (4,5 min/km). Continuamos hacia delante. Pero esa es otra historia.

No hay comentarios: